Ecos del estallido. Un desenlace que, respecto
a las carencias y demandas que lo provocaron, condujo a ninguna parte. (3)
Al cumplirse un nuevo aniversario del
estallido, como lo dijimos tres editoriales atrás, y aquí lo repetimos, está
pasando de todo.
Aún no abandona la agenda política, (y no
lo va hacer por un respetable lapso de tiempo), el patético “caso audios”, y,
como los audios en manos de investigaciones, pasaron a otras manos y ya no
tienen filtro, expelen ese repugnante “álito” asociado al morbo que provocan,
cuando revelan que, tratándose de crear identidades sociales los incumbentes, enmascarados
en el anonimato, no tienen pudor para utilizar esos adjetivos que, como lo dijo
el poeta, “cuando no dan vida matan”.
Por el lado del oficialismo resulta por
decir lo menos preocupante, y por qué no decirlo, también cargado al morbo, que,
en paralelo sus autoridades estén soportando el sabor amargo de “la chichita
con que se están curando” en vísperas de las elecciones; un autogol que nos
recuerda también que, por esta misma fecha hace 5 años, las mujeres del mundo
salían a la calle a entonar ese himno de “Las tesis” parido en medio del
estallido que las hizo famosas.
Es la tercera editorial que trata el tema
del estallido, será la última y corresponde decir algunas palabras sobre sus
consecuencias políticas.
Ello rebasa las posibilidades que permite
el instrumento por lo cual el análisis focalizará sólo dos temas. El primero referido al ámbito de los movimientos sociales, el segundo al ámbito del
sistema de partidos políticos.
Se trata de valorar ese formidable espacio
que el estallido brindó a los movimientos sociales para desplegar su acción, en
especial en el caso de las mujeres, indigenistas, ambientalistas, y otros de
menor significación. Impulso desaprovechado en la mayoría de ellos para
continuar su desenvolvimiento y desarrollo en la etapa pos estallido. Contribuyó
a ello, por cierto, la pandemia.
En el ámbito del sistema de partidos
políticos, se produce una crisis generalizada que afecta a todas las
organizaciones y continúa profundizándose hasta hoy.
Tal vez eso se deba en parte a que el
desenlace que abrió las válvulas para que el enfriamiento de la revuelta se
produjera, se gestó en la sociedad civil, y en ello algunos partidos (dirigentes
incluidos) jugaron un rol fundamental.
Desenlace que, como sabemos, (si bien derivó
en la elección de dos asambleas constituyentes y un gobierno progresista), desde
el punto de vista de las respuestas a las causas que provocaron el estallido
condujeron hacia ninguna parte.
La respuesta a ello tal vez halla que
buscarla en la ausencia, durante el estallido, y palpable
aún hoy, de un conglomerado reconocido como agente cultural, político y
social, que concentre el pensamiento y las energías capaces para unir,
articular y organizar multitudes, así como para persuadir y guiar a los
liderazgos de todos los procesos que configuran la hegemonía del pueblo en su
práctica cotidiana de hacer política.
O sea, algo así como lo que el gran
filósofo político italiano Antonio Gramsci identificó con la categoría del
intelectual orgánico.
Seguiremos utilizando las categorías de
este insigne pensador para, en la próxima editorial, referirnos a las
elecciones de autoridades comunales y regionales.
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