martes, 1 de diciembre de 2015

RELATOS Y CUENTOS DE PANDEMIA

ZORRO EN EL CERRO MERCED Y ALGO DE TOPONIMIA SOBRE VALPARAÍSO (RELATO PORTEÑO ILUSTRADO)

Lo que hoy es el Cerro Merced y toda la parte alta del Almendral era conocida como el Cerro de Las Zorras. Eran los tiempos en que como lo recuerda Joaquín Edwards Bello en "El viejo Almendral", las damas de la aristocracia porteña, encabezadas por doña Juana Ross se reunían en el pasaje que hoy lleva su nombre a organizar labores de caridad mientras sus maridos subían Cerro arriba a cazar zorros. 
La crisis del salitre primero, la industrialización después provocó el proceso migratorio que condujo a mineros primero y campesinos después, expulsados de sus terruños y enganchados en barcos caleteros, a recalar finalmente en un lugar de destino que ni siquiera conocían. 
- ¿Qué mierda hacemos aquí?
Exclamaban los que, amontonados en sus camarotes, solos, o con sus familias, al concluir la travesía y subir a cubierta  vieron por primera vez desplegarse frente a sus ojos la ciudad de Valparaíso,  que por aquellos tiempos no era lo que es hoy, un primer plano, que no alcanzaron a observar y al fondo una accidentalidad geográfica como nunca la imaginaron, destacando una multiplicidad de lomas coronadas por pequeñas casitas autoconstruidas por quienes se habían atrevido a desafiar la altura y  rodeadas de quebradas pintadas con todos los tonos del verde que representaba la vegetación nativa.
Entonces se atrevieron ellos también a escalar los cerros y percatándose que las quebradas imposibles no estaban habitadas, como pudieron limpiaron los espacios donde ellos también autoconstruyeron sus casas. 
(A alguien que hoy no recuerdo su nombre le escuché decir "la magia" de Valparaíso consiste en la accidentalidad geográfica del territorio donde sus habitantes, migrantes y afuerinos incluidos, emplazaron la ciudad, y el desafío de los porteños de construir sus casas en quebradas imposibles)
Cuando bajaban al centro y querían  indicar su dirección a quienes les ofrecían visita, los que tuvieron que derribar litres y sus casas quedaron rodeadas de litres decían simplemente  vivo en los litres, otros decían vivo en las cañas, o vivo en la virgen o la cruz cuando los residentes construyeron sus propios santuarios en las cercanías de su hogar con las imágenes que los protegieron desde niños y trajeron para que los acompañaran en la aventura de asentarse en el lugar que eligieron vivir; pero para los porteños de pueblo cuyos ancestros no eran aficionados a la casa del zorro pero hicieron de los almendrales que daban identidad al barrio su patio de juegos, su  referente era la imponente iglesia de la Orden de la Merced
Fue así y como suele ocurrir que, sin la ceremonia correspondiente, a medida que se fue poblando el  viejo Cerro de Las Zorras, sus lomas y quebradas fueron rebautizándose como, Cerro El Litre, Cerro las Cañas, el Cerro la Virgen, La Cruz, el Santa Elena o Cerro Merced.
(Su muerte fue finalmente confirmada cuando los cronistas locales no incluyeron el Cerro de las Zorras o simplemente el Cerro las Zorras entre los 45 ¿o 48? cerros de Valparaíso)
Por lo demás, como el hábitat de las zorras había sido invadido, su antiguo nombre ya carecía de sentido, por su parte, los zorros permanecían cada vez más lejos del plan y finalmente una franja de asfalto (El Camino de la Pólvora) estableció el límite cuyo paso les estaba prohibido.
Los cazadores en un comienzo siguieron escalando los cerros buscando su presa cada vez más arriba, hasta que ellos mismos se trasladaron a vivir en los cerros Alegre o Concepción y el deporte preferido de sus hijos no la caza del zorro sino el fútbol. 
La paz entre cazadores y presas fue tácitamente firmada. 
Sucede entonces que cuando el encierro de los moradores en sus hogares provocado por la pandemia silencia las calles, escalas, pasajes y callejones típicos del "artesanal urbanismo" porteño, los zorros, tal vez  motivados por una mórbida curiosidad se atreven a desafiar el límite e incursionar en el terreno prohibido.
Solo que la imagen que inspira este relato no fue tomada en tiempos de la pandemia del coronavirus sino durante el tremendo incendio que asoló Valparaíso, el año 1914. ¿Recuedan? una infernal y formidable lengua de fuego bajó del monte, cubrió buena parte de la ciudad, y huyendo de ella abandonaron sus hogares los moradores cerro abajo; y detrás de ellos, los zorros, reclamando un hábitat que alguna vez les perteneció.  
   


CANCIÓN DE VAGABUNDO ANONIMADO

 

......... el mundo está nuevamente limpio (nadie es invitado a beber ortigas) el escenario reproduce el capitolio pero se trata sólo de algún sitio alguna vez cuarentenado en aquel rincón del planeta, reyes destronados levantarán ahora el pulgar para condenar a revolcarse en el suelo con serpientes malditas a los esclavos del dinero. Afuera, marinos y piratas juegan cartas despreocupados. En camarines, la séptima musa afina su voz,  volverán a ser escuchadas sus reconocidas cantigas. Vagabundos anonimados acaban de ver la luz y emprenden camino al océano donde los espera  ese caldillo de pejesapo  que sólo la Tía Estela sabe preparar.

 

 

 

SILENCIO DE MÁRMOL.

 

Habité en tus gemidos santiaguinos, en tus gemidos porteños, en tus gemidos viñamarinos, en tus gemidos parisinos, después atravesaste las paredes de la noche para encontrar el silencio del mármol pero sólo te enfrentaste a los susurros del viento. Los vendedores de cunetas del Puente de Cal y Canto y las floristas de la pérgola entonaron ese himno celestial que ambos recordamos mientras un transeúnte anónimo intenta descubrir los secretos de la última marcha al infinito.

 

 


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